Monday, June 13, 2016

El masaje de sanación de mi abuela - Noris Binet

¿Cómo puede alguien explicar el contacto sanador de las manos de una abuela - un contacto que da energía a cada fibra de tu cuerpo transformándote de una manera que seguirá apoyándote durante toda tu vida? Ese fue el contacto que recibí de mi abuela cuando yo era apenas una niña.

Cuando en el medio de la noche  un niña/o sufre de una fiebre muy alta en el campo donde no hay un médico o una enfermera disponible, sólo se tiene el recurso natural que puede funcionar urgentemente y a tiempo. 

Recuerdo esa noche, cuando mi madre había intentado todo tipo de remedios para detener mi alta fiebre, pero nada funcionó. Yo estaba acostada y escuchaba suaves murmullos a mi alrededor, gente que pasaba cerca de mi cama, deteniéndose, poniendo su mano en mi cuerpo y diciendo las palabras "No, no ha bajado". Entonces  mi madre me ponía el termómetro debajo de la lengua para verificar la altura de la fiebre. Yo sentía que mi cuerpo estaba en llamas y la incomodidad me hacia gemir con frecuencia.

Ya que los remedios de mi madre no habían podido bajar la fiebre, supongo que fue cuando llamaron a mi abuela  que vivía a sólo cinco minutos de mi casa caminado, pero sólo 30 segundos para mí cuando iba corriendo como una gata salvaje.

Al principio no sabía que era Mama Carmela, mi abuela materna, que me estaba tocando. Lo que sí recuerdo que era el tacto más suave que se puede imaginar. Ella tomó mi cuerpo desnudo frotándolo de arriba abajo con un contacto  relajante y reconfortante, que me transportó a un lugar donde me sentí profundamente cuidada y querida. No recuerdo haber oído su voz, pero sentí que ella me hablaba profundamente de una manera que no había experimentado antes.

Me aplicó un ungüento que enfriaba mi cuerpo, calmando el fuego interno, lo que me permitió respirar más abiertamente mientras se relajaba todo mi sistema. Me sentí completamente abrazada por su amor. Me masajeaba de  arriba hacia bajo a través de mi pecho y hasta los pies. Fue un abrazo cálido donde todo mi cuerpo estaba envuelto con una vibración que no tiene nombre y no se puede poner en palabras porque esta más allá de lenguaje.

Mama Carmela era una mujer de carácter fuerte; sencilla y directa rigió su casa con gran orden y eficiencia. Pero aun tan estricta como ella era, nunca gritó o incluso levantó la voz, que yo recuerde. Siempre supe qué esperar de ella en su forma clara y directa, y al mirar ahora hacia atrás, me doy cuenta de que  apreciaba mucho su forma  porque sabía exactamente cómo comportarme en su presencia ya que con frecuencia fui castigada en mi propia casa, por mi comportamiento donde las reglas eran vagas y caprichosas.

Ella tomaba la siesta todos los días sentada en su  mecedora en el comedor, al lado de una persiana que daba al camino por donde se iba a la casa de su madre, mi bisabuela, Mama Toñi. Nuestras casas estaban en terrenos que colindaban uno al lado del otro, y para ir a la casa de mi bisabuela tenia que pasar a través del terreno de mi abuela. Muy a menudo, exactamente durante la siesta de Mama Carmela mis hermanos y yo tratábamos de cruzar por su terreno para ir a jugar con algunos de nuestros primos. Nos agachábamos para que ella no pudiera vernos a través de las persianas, pero por lo general antes de que pudiéramos pasar desapercibidos, su voz se oía desde la casa con la típica pregunta: ¿Quien va? Y no respondíamos! Una vez mas ella preguntaba, ¿Quien va?  Y ya sabíamos que la segunda vez  teníamos que responder, y entonces ella nos decía: "vengan aquí" y sin nosotros decir una palabra nos daba un caramelo y nos enviaba de regreso a nuestra casa. 

Típicamente nos regañaba diciéndonos que la siesta no es el momento de estar visitando a nadie o para los niños andar corriendo y jugando molestando la tranquilidad de los adultos durante esa hora tan especial. Y eso era todo! Hoy en día nos reímos de sus formas y nos regocijamos de que teníamos una abuela tan especial.

Mama Carmela poseía una elegancia natural en la forma en que ella caminaba, se movía, se vestía y se comportaba. Sus viajes semanales a la ciudad para ir al salón de belleza a arreglarse el pelo  y las uñas de los pies y las manos eran sagrados. Ella tenía bien definido su lugar en el mundo. Como mujer del campo estaba enraizada  en el ritmo de la naturaleza y subordinada a sus obligaciones familiares. 

Vivía su vida tan natural como la vida misma, desde las hojas  del árbol de naranja que cortaba  en el anochecer para su té antes de acostarse, como el levantarse muy temprano cuando el sol despuntaba y disfrutar la mañana con el café recién molido de la cosecha de su familia. Existía una relación estrecha en su casa entre los humanos, animales y plantas, donde los gatos merodeaban  en busca de comida y las gallinas explorando sus alrededores caminaban sobre el fresco colorido piso del mosaico italiano de su casa. La galería alrededor  de su casa estaba adornada de hermosas plantas ornamentales y flores multicolores. Todo el escenario producía  un ambiente rico, armonioso, donde todo y todos parecían prosperar.

No estoy segura de cuanto tiempo duró el largo masaje de Mama Carmela ¿Fueron unos minutos, una hora, o quizá toda la noche? Todo se sentía borroso y difuso y yo empecé a sentirme más ligera como si hubiera sido vaciada de todo lo que me había sucedido. A través del contacto sanador de sus manos la fiebre se disolvió  gradualmente a lo largo de la noche a la vez que el vapor que emanaba el ungüento penetraba mis poros trayendo un alivio refrescante.

Cuando el nuevo día surgió en el horizonte mi bienestar volvió y me desperté completamente restaurada. Después de esa noche Mama Carmela ya no era sólo mi abuela, pero ahora la miraba con asombro y maravilla por su capacidad mágica para sanar a través de su contacto. Ella se convirtió en más grande que mi propia madre, alguien que posee cualidades misteriosas que la elevó al rango de la Gran Madre.

Durante los últimos cuarenta años, en que periódicamente estuve visitando la casa de mis padres en la isla de la Republica Dominicana, fui testigo de cómo el proceso de envejecimiento produjo en ella más y más sabiduría y un don de gracia. Se relajó su carácter estricto de los años anteriores, se reía del sin sentido de las pretensiones de los que estaban a su alrededor y me transmitió enseñanzas vitales que eran directas y claras. 

Una comunión profunda se desarrolló entre nosotras, ya que compartimos nuestra mutua sabiduría, la de ella adquirida por una profunda conexión con su lugar de pertenencia en la naturaleza, de la cual nunca salió, y la mía por las experiencias con diferentes culturas ancestrales, lugares exóticos y viajes por el mundo.

Durante una ceremonia chamánica, que facilité con Mama Carmela y su hermana Titatina ha petición de ellas, me quedé humildemente  asombrada cuando ambas se referirán a mi llamándome hermana. Durante el ritual se creó un triángulo de energía entre nosotras que profundizó nuestro vínculo espiritual y nos conecto a un nivel que nunca podrá romperse. 

Durante los últimos diez años de su vida ella se aparecía repetidamente en mis sueños y me prepara para su muerte, transmitiéndome su energía. Y sin saberlo ella se convirtió 
en mi maestra Zen. 

Finalmente a la edad de 101 años, como un dulce pájaro precioso, salió de este mundo naturalmente, quedándose dormida exactamente como ella había aprendido a vivir, obedeciendo fielmente el movimiento de la vida, sin mucho alboroto o argumento.

Anoche volvió a mí; su presencia  fue tan poderosa que me infundio con la conciencia de la Gran Madre arquetípica, que con su potencia radiante fomenta la transformación y el renacimiento. Me desperté llamando su nombre, Mama Carmela, Mama Carmela, Mama Carmela ... trayendo a mi mente el dulce recuerdo de su contacto sanador!
   
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